sábado, 24 de diciembre de 2011

Libertad Pre-Científica

De Jaime mi hermano al que admiro profundamente

Originalmente en http://www.tuobra.unam.mx/vistaObra.html?obra=3225

Estamos inmersos en ritos paleocristianos. Ceremonias ancestrales sin sentido, temores, repeticiones conductuales e ideológicas, actos de sumisión o apego inconsciente e infundado. Genes dominantes, cromosomas piadosos, cadenas que soportan reminiscencias de tolerancia e inacción.

Temores paleolíticos nos persiguen como sombras reivindicadoras del reino del caos y la incertidumbre, lo desconocido, lo más profundamente oculto o inaccesible. Son dioses no razones, son sobrenaturales, ominosamente infranqueables. Un inconsciente colectivo imperceptible y lacerante.

El culto a la supeditación ganada por trescientos años de subyugadas encomiendas convertidas en trabajos forzados penetró el material genético de una sociedad incapaz de defender su identidad y propia cultura. Acudimos al mecanismo de defensa más lascivo, indigno y simple. Admiramos su porte, su nivel de desarrollo, su dominio y seguridad, nos identificamos con valores de desprecio, abuso y humillación. Nos pusimos de su lado, sucumbimos a sus prácticas inquisitivas, denigrantes e inhumanas. Nos robaron el alma, el espíritu, la creatividad, aquella energía que es capaz de enfrentar la adversidad con convicción y altura.

El dominio convertido en perversión se apodera de lo intangible, de aquello que identifica a cada individuo y a cada sociedad: Su educación y su espiritualidad. Que mejor instrumento, que forma más humana que el compromiso evangelizador. Como negarse a recibir ayuda y compasión, como refutar sus criterios de valor y sus profundos conocimientos abstrusos en la ciencia y la naturaleza. Llegamos a un nuevo estadio, la legislación inquisitorial. La construcción obtusa de una subjetividad ajena se convierte en el verdadero imperio, en la real colonización.

La imposición de lo divino como explicación máxima, el castigo a la herejía o la idolatría de símbolos, personajes, templos o estructuras contrarias a la cultura impuesta. La generación de conocimientos que cuestionaran las premisas del catolicismo constituyó un acto punible con severidad. El tribunal del santo oficio y los métodos de control asociados a éste, entretejieron la sumisión, la supeditación. El rezo y el rito se dimensionan como armas magnánimas con un carácter superior a la generación de conocimiento. Fallece antes de nacer la auto-conciencia y el cuestionamiento dialéctico del entorno.

Somos una sociedad leal a sus atavismos, reconocemos el dolor como parte de la sobrevivencia, toleramos la apatía, reconocemos la constancia y el inmovilismo, nos atemoriza la exploración de proyectos que reviertan rutinas y paradigmas fundamentalistas y vigentes.

Lo único que posibilita un cambio individual y social se funda en la adquisición de nuevos conocimientos y tecnologías. No tienes la posibilidad de transformar tu realidad próxima y posterior sin contar con nuevas herramientas conceptuales o materiales. Los sistemas sufren el desgaste natural que los conducen a la entropía, la estabilidad manifiesta conduce al caos, siendo este el síntoma inequívoco de que se ha iniciado el progreso para la destrucción.

La educación ha cumplido el papel de perpetuador de las condiciones históricas, la indulgencia que hemos mostrado nos han llevado a degradar su eficiencia. Aumentamos constantemente los años de estudio formal, encontrándonos a la deriva en la generación de nuevos conocimientos y tecnologías que transformen la subjetividad individual y las condiciones de vida como consecuencia directa.

Alimentamos eternizar aquello que nos ha ofendido ancestralmente, reconocemos tácitamente que somos incapaces de proyectar libertades absolutas o desligadas de intereses tendenciosos y mercantilistas. Toleramos que la construcción de instituciones sociales u organismos de beneficio común tengan el objetivo de resolver contingencias apremiantes antes de transformarlas en entidades generadoras de valor y reconocimiento.

Nos convertimos en cómplices de las estadísticas de aquellas instituciones que miden el desempeño universal. Salud, educación, transparencia, libertades, violencia, todo encuentra una métrica a modo. Diseño de leyes inaplicables, programas de estudio laxo y profesorado empático, creación de empresas utilitarias con disfraz de ONG´s, un sistema penal supeditado al poder económico.

La corrupción inculcada en el virreinato debido a la carencia de procedimientos institucionales y a la lejanía territorial del centro de mando, se convirtió en un poder absoluto capaz de obtener beneficios personales a cambio de enmiendas de la corona. Este mal actual, en apariencia, ha penetrado las estructuras institucionales o ha subsistido como una realidad paralela e inaceptable en el discurso oficial de entidades públicas y privadas. Resulta paradójico creer que contamos con doscientos años de independencia, ciento cincuenta de la promulgación de las leyes de reforma y cien años de revolución y que estos no hayan sido suficientes para restringir la acción particular de los funcionarios de las instituciones del estado Mexicano y su consecuente enriquecimiento, sustituyendo estas prácticas por acciones que contemplen agregar valor al sistema y calidad de vida a su población.

No podemos afirmar que nuestro problema venga de la acción o inacción individual, el comportamiento institucionalizado ha desmotivado el ejercicio dialéctico urgido en toda dinámica social. Las muestras de convicción personal y cuestionamiento de aquello que podríamos bautizar como la perversión corporativa, quedan como actos heroicos convertidos en granos de arena en el desierto.

Sobrevivimos a la conspiración que degrada el conocimiento y supedita la propia existencia a liturgias dominantes, infundadas, espiritualistas y divinas. Sobrevivió también la explicación pre-científica y la aceptación del sufrimiento, la culpa… lo inalcanzable. Aquello que condiciona lo que debiera ser nuestro precepto guía… nuestra propia libertad.


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