sábado, 8 de marzo de 2014

¿Qué celebramos?

Hace unos años ya escribí “Ellas son indígenas” un breve muy revelador texto de la condición de mujer en comunidades indígenas (en este caso de la Huasteca potosina) de México.

Empezaba “Ellas además son mujeres y muy, pero muy pobres, ellas se llaman Jessika y Harka, no son hermanas más que por ser compañeras de miseria” hoy más de cuatro años después su condición no ha cambiado, bueno, seguramente hoy Jessika y Harka (si es que siguen llamándose así, son madres, analfabetas y siguen en condiciones de miseria.


Logró hacia la segunda década del siglo pasado su objetivo en Canadá (1918) y los Estados Unidos en 1920 (aunque en 1776 en la Constitución del estado de Nueva Jersey “accidentalmente” se usó la palabra «personas» en vez de «hombres» y eso se prolongó hasta 1807 en que el primer sufragio femenino se abolió) y hacia los inicios de la segunda mitad de ese mismo siglo en los países “más avanzados de América Latina” en México fue en 1953.

Aunque la ley lo establece así, en realidad en una franja importante del territorio nacional es letra muerta hoy en pleno siglo XXI los hombres acompañan a “sus mujeres” (compañera e hijas) a la casilla y reciben las boletas electorales de estas para ejercer el derecho de ellas.


Una entrañable amiga captó esta imagen en Puebla hace apenas unos días, muestra de manera brutal la realidad de la mujer mexicana después de tres lustros de este siglo y como dije antes “ellas son indígenas, ellas son mujeres (niñas) ellas son pobres”.

Hoy en México casi el 10% de las mujeres son analfabetas (esa tasa aumenta a más del 40% de las mujeres mayores de 75 años) mientras que en hombres la tasa no llega al 7% (y en mayores de 75 años no llega al 30%), pero en población hablante de lengua indígena casi el 40% de las mujeres son analfabetas y más de 22% de los hombres.

En materia laboral, pese al incremento de “oportunidades” para la mujer, hoy en promedio labora una mujer por cada dos hombres y una de cada 10 de ellas NO RECIBE PERCEPCIÓN por ese trabajo, en promedio el salario (cuando lo hay) es 10% menor para mujeres que para hombres y en comunidades de menos de 2,500 habitantes llega a ser hasta 25% la diferencia.

La participación de la mujer en actividades “políticas” es bien vista, hasta que son ellas las que toman las decisiones, hoy en el país debe haber unas 120 presidentas municipales (de un universo de más de 2,400; es decir un 5% del total) y en algunas legislaturas estatales más del 80% de sus miembros son hombres.  En el ámbito judicial menos del 30% son mujeres y apenas el 14% de sus miembros a nivel de judicaturas estatales son mujeres.

Pero como entender que a pesar de la “aceptación” de un código legal para incrementar la participación creciente de la mujer en el ámbito legislativo, se busquen maneras de evitarlo, pues sólo entendiendo cabalmente lo que ellos denominan “cultura de la legalidad” 

Esas estadísticas sólo muestran de manera cruda el grado de violencia de género que esta sociedad genera contra las mujeres, que se reproduce de manera diaria en una violencia que inicia en el hogar, se observa como “natural” en los ámbitos sociales y laborales y parece como parte de la cotidianidad en la superestructura social nacional.

Así, la violencia de género en las comunidades indígenas es incluso parte de los “usos y costumbres” o aún a principio del presente siglo en el código penal del estado de Oaxaca se consideraba que el “hombre” podía en un estado de ira irracional asesinar a su mujer por sentirse ofendido ante su infidelidad (pero no a la inversa) 

¿Qué celebramos? cuando una sociedad enferma acepta que una niña de 13 años haya sido madre en dos ocasiones y las “instituciones de procuración de justicia” (cuasi santas instituciones) de Quintana Roo, se limitan a poner en custodia del DIF estatal a ella y sus vástagos, en lugar de proceder penalmente contra el culpable de esa atrocidad.

¿Qué celebramos?

SALUD


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