Ya en anteriores ocasiones he incursionado en el tema del
tejido social y la descomposición (deterioro) que sufre en México, quiero
repetir que en
términos llanos, el tejido social son las relaciones sociales que los
individuos crean, mantienen y alimentan para la convivencia, las ligas que
entre las personas han permitido la “estructura” y la superestructura social.
Quizá ayude a comprender el término: relaciones sociales de producción, definidas de manera simple son:
“al
mismo tiempo una relación económica, una relación de poder y una relación de
fuerzas entre las clases. Las relaciones
de producción capitalista expresan la contradicción antagónica entre los
propietarios de dinero y los de fuerza de trabajo. No hay conciliación posible entre ambos”
así, las relaciones sociales entre los mexicanos se caracterizan además de por
su carácter económico, por un fuerte componente de carácter político.
Desde los años 70 en que la sociedad mexicana pasó de ser
analfabeta en materia política a tener un incipiente nivel de competitividad
(derivado de mayores niveles educativos e información personal, de un bono
demográfico y de las políticas públicas de industrialización) México pasó de
ser rural (rústico en el sentido más amplio) a ser una sociedad urbana
(discursiva y competitiva) con estructuras de producción acordes a ella y con
relaciones sociales de producción marcadas por la contradicción propia de ese
nivel de “desarrollo” económico.
Entonces algunos jóvenes tomaban conciencia social, en
función del nivel de educación, cultura o conocimiento de la realidad que
adquirían y transmitían información en función de ese nivel de conciencia
social adquirido (mayor o menor) eran transmisores de valores (buenos o malos)
y se convertían en factores de decisión social.
Algunos de ellos llevaron esa conciencia social a
comunidades rurales, fueron por convicción o por redención, transmisores de
conocimiento y de desarrollo, algunos fuimos para sembrar otra semilla en esa
olvidada sociedad rural y otros para refugiarse de la sociedad urbana que los
había relegado y los tenía sumidos en procesos absolutamente improductivos para
ellos y sus familias.
La sociedad mexicana urbana se convirtió (para bien o para
mal) hacia mediados de los 80 en una estructura contra el poder político
caciquil, en defensora de derechos civiles, personales y grupales, en
estructuras (que entonces el poder político consideró amenazante a su estatus
quo) la sociedad urbana de México fue en esa década en único contenedor del
poder político omnipotente y de otros procesos de deterioro político.
Esa sociedad inmersa además de en los procesos de
contradicción económica, se convierte en una sociedad politizada, con grandes
contradicciones entre el modelo económico impuesto a las estructuras
gubernamentales por los organismos internacionales y las necesidades reales
para el desarrollo local sustentable, entre el modelo solidario (propio de las
comunidades rurales de nuestro país) y el modelo neoliberal y predador (social
y naturalmente) y que se imponía en el mundo.
No es casual que el salinato, ocupara como frase de
campaña, precisamente esa palabra para contrarrestar la indignación social por
el fraude electoral, por ese fraude electoral que es precisamente el primer
factor que puede explicar parte del nivel de descomposición social que ahora se
vive en México.
Aquellos años, de la imposición del régimen autoritario
sobre la voluntad popular, marcó la primera fragmentación social, que introdujo
de manera sistemática división o divisionismo, entre grupos de la sociedad, es
a partir de entonces que los medios electrónicos y especialmente la televisión
(algunos de los “comunicólogos” de la radio) asumen posiciones que favorecen la
posición gubernamental, se convierten en sus defensores y ahondan las
divisiones sociales que habían surgido del proceso electoral.
Ese frágil tejido social que durante las dos décadas había
estado sujeto a las vicisitudes de contradicciones sociales que aunadas a las
económicas propias de un régimen que sabiéndose en decadencia y acostumbrado a
métodos autocráticos, intentaba imponer una visión propia de la realidad
nacional, usando para ello los medios de comunicación masiva.
Hacia principios de los 90, ya la percepción del régimen
había sido borrada y reeditada, logrando que incluso al final de la
administración salinista esos comunicólogos oficialistas y oficiosos, nos
colocaran a las puertas del primer mundo, sólo para despertar de la borrachera
con una inmensa cruda que devastó social, económica y políticamente y polarizó
más a los mexicanos.
Ese monstruoso aparato de “comunicación”, confirmó
entonces el aplastante poder para cambiar la percepción respecto de fenómenos
sociales concretos, se sobrepuso al régimen y uso ese poder incluso para que en
el siguiente proceso electoral federal se impusiera una figura mediocre y
anodina, sobre una presencia férrea y carismática (que igual era peor que el
candidato oficial)
Dejando de lado los procesos electorales y la influencia que
tuvieron en ellos las empresas televisivas, los concesionarios radiofónicos y
los medios impresos; es importante señalar que la devastación del tejido social
viene de ahí, pues fue ahí donde se agudizó la polarización de la sociedad ya
de por si dividida por las contradicciones propias del sistema y sus
inequidades.
Desde antes del proceso electoral intermedio de 1997 (en que
se eligió por primera ocasión Jefe de Gobierno del Distrito Federal) los medios
y específicamente algunos comunicólogos de ellos, iniciaron una campaña de
descrédito primero contra Carlos Castillo
(que era el candidato a vencer, según las encuestas previas el PAN, tenía el 42
por ciento de las preferencias electorales) y después contra Cárdenas y la izquierda mexicana,
llegando a niveles de denostación e injuria contra algunos de sus candidatos.
Ya una vez concluido ese proceso electoral y con miras a la
presidencial de 2000 (ya enfilada la figura del chente Fox) se observan
sesgos importantes en la manera de “comunicar” y en las críticas a los
posibles candidatos de las otras fuerzas políticas (incluidos los priistas) la
cargada de muchos medios y comunicadores fue hacia el PAN, hacia mediados de
1999, ya había claros signos de que Francisco
Labastida no ganaría.
De hecho, hay un monitoreo de medios realizado por la misma
Secretaría de Gobernación (de la que era titular Francisco Labastida) entre marzo y junio de 1998 a los canales de
televisión privada nacionales, que muestra cómo hasta los comerciales
transmitidos por las televisoras, se convierten a predominantes tonos de azul,
hasta Marlboro tenía colores azules.
Lo irónico de ello fue que lejos de fortalecer el gobierno
foxista, esos mismos medios que festejaron el advenimiento de la democracia (la
transición o como quiera denominársele) apenas a unos meses del cambio de
gobierno mantenían tal nivel de crítica al gabinetazo o a lo que denominaron
también el gabinete Montessori, además ante cada dislate (que por cierto
era muy común) de Fox, se regodeaban
y lo presentaban hasta el cansancio como ignorante (rayando en ocasiones en lo
estúpido)
Así con actitudes absolutamente medidas y con actos
perfectamente maquinados, desgastaron la figura presidencial y generaron que la
población ya de por sí dividida por un proceso electoral y muy polarizada por
situaciones económicas muy concretas que afectaban de manera directa a cada
mexicano, a cada familia, a cada grupo social, a las contradicciones propias
que al interior de ellas se daban y por las contrariedades que nos hacían ver
desde los medios de comunicación respecto del costo de la democracia (costo
social, costo económico y costo material)
Esos medios de “comunicación” se encargaban de
repetirnos a diario cuánto costaba mantener los aparatos democráticos, cuánto
tiempo había pasado sin que se reflejaran cambios y cuan poco se había avanzado,
alimentando las divisiones sociales y generando no sólo dos polos de opinión,
sino hasta tres, pues algunos apostaban al regreso del priismo en 2006.
Esas divisiones durante ese periodo llegaron incluso a
partir familias, mostraron su eficiencia al dejar grupos sociales divididos
hasta en tres partes y esa división se magnificó hacia 2004-05 cuando el señor Fox se enroló (quizá hasta animado por
los comunicólogos y muy mal asesorado) en el proceso de desafuero a López Obrador; en ese trance, los
medios de comunicación asumieron posiciones a favor de uno u otro involucrado y
con su participación lograron ahondar más las diferencias de personas, de
grupos y de la sociedad.
El tejido social hacia finales de 2004 estaba ya tan dañado
que pudo presentarse un estallido social, es más, se presentaron
enfrentamientos entre grupos de algunas comunidades y se llegó a usar la
pertenencia partidista o la tendencia ideológica, como razón suficiente para
despedir empleados, rechazar o aceptar ingreso a lugares; incluso hubo comunidades
(localidades) divididas, bajo circunstancias extremas puedo asegurar que
compañeros de grupo e incluso hermanos, reñían, se insultaban y se agredían en
razón de esa división generada por la guerra mediática (especialmente
televisiva)
Pero ya hacia mediados de 2005, cuando los medios,
observaron una tendencia irreversible a favor de la izquierda y su candidato,
recularon en la peregrina idea de pensar que el candidato del PRI pudiera
remontar la ventaja que tenían las otras posiciones, por lo que jugaron con el
candidato malo pero seguro, apostaron a una división aun mayor de la sociedad
mexicana y con ello a la pulverización del tejido social, la campaña de odio
llegó verdaderamente a niveles de agresión social contra algunos de los
militantes de la izquierda, hizo que las divisiones sociales se ahondaran y los
mexicanos todos, nos viéramos con verdadero odio por la sola pertenencia
partidista.
Todavía recuerdo aquellos feroces ataques contra López Obrador (que hoy repiten muchas
personas como letanía u oración) referidos a su populismo por el programa de
viejitos y me permito platicar una anécdota que muestra (o puede mostrar) el
nivel en que estaba el tejido social: una mañana ingresé al metro en la
estación Pino Suárez adelante de mí una anciana con su credencial (del programa
de viejitos) que le franqueaba el paso y su hijo, con su boleto, ya en las
escaleras, el hijo le dijo algo así como “son puras acciones populistas” (sin
tener la menor idea de lo que estaba diciendo o del significado real de sus palabras)
y la madre le contestó “pues con él entro al metro gratis y
¿tú
cuando me has regalado un boleto?”; sólo un botón del nivel de mierda
que habían echado sobre la sociedad mexicana los medios de comunicación,
del nivel en que se encontraban ese tejido social, que ahora se ven tan
descompuesto.
Tras las elecciones y en razón del resultado el ataque fue
mucho más insultante incluso para los simpatizantes del movimiento, procesaron
verdaderos temas denigrantes para los que apostamos a un cambio, llegaron
ataques que la otra parte aceptaba como credo, adoctrinaron a la población a
tal nivel que la incoherencia absoluta de frases hechas por sus “comunicólogos”
eran repetidas hasta el cansancio, separando cada vez más a la sociedad en dos
grupos.
Sin embargo, el monigote impuesto no quiso o no pudo cumplir
con los compromisos o éstos quizá no quedaron suficientemente explícitos y no
eran exigibles, por lo que nuevamente los medios se lanzaron contra la “figura
presidencial” primero (igual que con Fox) contra el gabinete de Calderón,
después contra la falta de acciones en temas específicos y finalmente a partir
de la violencia desatada a raíz de su “guerra” desgastaron a Calderón pero de manera paralela
generaron una imagen alternativa para el regreso del PRI, pusieron en el centro
de la sala de los mexicanos (y de la recámara de muchos) una presencia
absolutamente hueca pero llena de sonrisas.
En ese tiempo de incremento incesante de la violencia en
todas las regiones del país, fue presentada con imágenes desgarradoras, textos
crueles, manipulación total de la realidad, espectáculo grotesco que incide
directamente en el ánimo social, en el tejido social, en las relaciones
personales de los integrantes de la sociedad, aunque su intención era sólo la destrucción panista, abonó de manera muy
importante al desgarramiento del tejido social, afianzó el camino hacia mucho
mayores niveles de agresión, se convirtió en un espiral laberíntico, que
mostraba violencia existente y generaba más violencia.
Las imágenes y los textos de las empresas editoras, indicaban
a la sociedad que la criminalidad no tenía castigo, que esos actos eran impunes
y además (muchas veces) promovidos desde las esferas del poder (aunque olvidaban
señalar que ese poder era local y muchas veces priista)
Una nueva andanada contra los pocos hilos conductores que
pudieran iniciar la recomposición de la sociedad dividida que había empezado a
“olvidar”
los agravios (los de ambas partes) un ataque masivo y sistemático a las
instituciones (IFE, Banxico, IFAI, etc) golpeteos con violencia (que llevada a
las pantallas, hacía ver a México más allá de Afganistan o Irak), cotidianos
reportajes respecto de corrupción oficial y sindical e impunidad absoluta,
desgastaron nuevamente las relaciones sociales ya de por sí endebles.
El agregado de violencia, crimen, impunidad, saqueo,
ineficiencia; hacen un caldo de cultivo perfecto para que las muy débiles redes
del tejido social se vean mermadas, además la pobreza (factor objetivo que se
había extremado en razón de una administración pública mal manejada y una serie
de “políticas” sociales vistas desde la óptica neoliberal de 10 años de pésimo
desempeño) que lacera familias, pueblos enteros se convierte en otra arma “eficientemente”
usada por los medios.
Podemos agregar que esos “medios” de comunicación,
muchos de sus esbirros y un grupito de “encuestólogos” presentaron desde
finales de 2011 un panorama electoral absolutamente definido, irreversible y devastador
para la izquierda y la derecha de México, dejamos de existir como electores,
los medios se convirtieron en los grandes electores y decidieron decirnos que
iba a pasar para que aceptáramos de manera pasiva el ”irremediable” destino.
Hoy, a más de un año de las elecciones en que la televisión
decidió colocar un muñeco de paja en la presidencia de la república, por más
esfuerzos que ese muñeco realice para hacer ver “lo bien que están las cosas”
y por monigote ignorante (aunque sea pleonasmo) reciba de parte de los “medios”
(ausencia de crítica, poca exposición de errores, alabanza discursiva y apoyo
de imagen) no se ve que se pueda revertir la descomposición del tejido social.
Hoy a casi un año de la toma de posesión de esta “nueva”
administración, los niveles de violencia (aunque haya sido dejada de
presentarse en los medios) sigue ahí; la impunidad de los casos y la complicidad
de “autoridades” en ellos sigue siendo un factor común; ineficiencia en los
miembros del gabinete son absolutamente visibles (aunque sólo se presenten
mediáticamente pinceladas); la pobreza que lacera comunidades enteras es una
realidad que vive a diario más de una tercera parte de la población mexicana.
Hoy la televisión, los medios electrónicos y los medios
impresos dan poca cuenta de ello y cuando lo hacen desligan a la administración
federal de los mismos, abonando a la descomposición de México y generando un
ánimo de verdadera desesperanza, los medios siguen contribuyendo a lo que
irremediablemente será el desenlace de esta telenovela que iniciaron hacia
mediados de los años 90 y no han podido parar en sus efectos.
Los medios concesionados jamás morderán la mano de quien les da de comer, sino de quienes les arrebatan el hueso.
ResponderEliminarLos medios son ahora el poder facticos mas poderoso del país
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