Yo era un niño, estaba en la Ciudad de México, por
circunstancias de la vida, estaba en el edificio Benito Juárez de Tlatelolco
(en el primer piso, con vista hacia el Chihuahua y no se veía nada o no vi nada
pues no estaba interesado en ello)
Mis recuerdos son de una gran cantidad de bulla en la calle
(la plaza está a unos 150 metros) de mucho tránsito vehicular (yo me crie en un
pueblo en donde el mayor bullicio lo generaba el ferrocarril)
Recuerdo a lo lejos el sonido de las hélices de uno o dos helicópteros y
ahora que lo pienso con calma, quizá el movimiento de tanques o tanquetas sobre
lo que ahora es Eje Central (entonces San Juan de Letrán) era octubre, no
existía el cambio de horario estaba oscureciendo (en torno de las 6 de la
tarde)
Se escucharon algunos balazos y gritos (quizá unos instantes
de calma) y después gente corriendo y gritando, recuerdo mucho (muy vívido) el grito de
una joven, algo así como “corre toño, corre más fuerte”;
también otro más tarde de “aquí nos sentamos mientras viene mi papá por
nosotros” quizá bajo le entrada del edificio.
Mi padre me agarró de la cabeza (como tratando de
protegerme) y me agachó tras una puerta metálica de una pequeña zotehuela y
salimos cuando parecía haberse calmado todo, entonces como a las 8 de la noche,
mi papá decidió echar la ropa que estaba a la mano y salimos a la calle de
Lerdo, en donde alcanzamos a ver ya movilización de unidades de emergencia y
mucha gente caminando (unos hacia la plaza y otros hacia donde fuera)
Abordamos una taxi y nos dirigimos a la estación Buenavista
(a unas cuadras de ahí) tomamos el primer tren que salió y unas horas después
bajamos en Cuernavaca. eso es mi
recuerdo del 2 de octubre de 1968.
Pero eso no fue lo que pasó, ese evento narrado como un
recuerdo de infancia es en realidad uno de los más obscuros momentos de la
historia de México, es el parteaguas entre el momento más álgido de un estado
opresor (autocrático y lineal), represor (carente de capacidad de
intercomunicación) y profundamente antidemocrático y el nacimiento de una
sociedad reclamante, el despertar del mexicano.
Un par de años después, en San Luis Potosí escuché decir al Dr Nava que: “esa masacre pintaba al régimen de
cuerpo entero” y a mi abuelo decirme: “ora
si, mijo ya despertó México, a ustedes les toca hacer el cambio”
El evento en el que se reconocen tres docenas de muertos
pero se sabe que fueron muchos más, marca el rumbo de la historia moderna de
México y si ahí empieza el cambio, este aún no ha llegado, pues el régimen
aunque vestido de oveja, sigue siendo igual de autoritario, igual de represor e
igual de antidemocrático.
Perdió capacidad de operación pero su talante sigue ahí, no
se han movido un ápice y quizá a pesar de todo, sólo muestra la cara agradable
para reprimir de manera silenciosa cualquier manifestación contraria a él, de
hecho ahora
ocupa a sus aliados para convencer e ideologizar ahora la represión igual
de brutal se asume de manera velada y penetra a tu casa a través de los brazos
que sus aliados han puesto a “disposición de la cultura nacional”
Recuerdo aquel documento escrito por todos los mexicanos, en
la pluma de Elena
Poniatowska, ese Testimonio de historia oral (como ella le llamó) en que se
deja clara la voluntad de México, de su pueblo y de su cultura por que las
cosas fueran diferentes. Una voluntad
que hemos forjado durante 49 años y que parecía cristalizarse en 2000
pero que un burro disfrazado de “estadista” echó al bote de la basura.
Es a partir de esos recuerdos, que Tlatelolco no se olvida,
no por lo el número de jóvenes muertos a años de una brigada antiterrorista
(así denominada por el gobierno de entonces), ni siquiera por la nefasta presencia
de esos cuerpos represores de manera continuada hasta los años 90.
2 de octubre de 1968 no se olvida, por que representa el momento en
que un pueblo cambió la visión de su historia futura y es el más recurrente
momento de unidad nacional, para evitar que ese tipo de situaciones vuelva a
repetirse.
Tlatelolco, 2 de octubre a 49 años de distancia deja de ser un recuerdo
para convertirse en una bandera.
SALUD
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