Hacia mediados de 1996, ya cuando el señorcito Chuayffet se había desdicho de
los “Acuerdos de San Andrés” porque “coaccionado” por siete chincholes lo
habían hecho firmar algo que no revisó; la violencia en Chiapas, especialmente
entre grupos paramilitares estructurados y armados por los caciques locales y
miembros de los grupos de apoyo del EZLN, inició una escalada que resultaba a
todas luces imposible de detener; que todos sabíamos que acabaría en una
masacre.
Las organizaciones campesinas locales, lo comunicaron de
manera oficial al titular de la dependencia del ejecutivo que se encargaba del
campo y, Lavestida se lo comunicó de
manera oficial al titular de la dependencia política; el señorcito Chuayffet sólo atinó a responder que: “son
problemas interraciales ancestrales” (eso está por escrito y firmado
por ese pendejo cuando aún se creía la princesa)
Han pasado más de 20 años, las demandas sociales de aquellos
grupos insurrectos, siguen sin ser atendidas, las ancestrales demandas de
nuestros grupos originarios son simplemente ignoradas por su autoridad
inmediata, por la intermedia y por la federal, ellos no son tomados en cuenta,
han sido borrados de la historia, de la política y hasta de la geografía.
Esas disputas ancestrales interétnicas (que es lo correcto)
son reales, están presentes de manera cotidiana en los pueblos y comunidades de
Chiapas, de Oaxaca, de Guerrero, de Puebla, de Veracruz, de San Luis Potosí y
de muchas otras entidades federativas del país, son comunicadas a las
“autoridades” de manera formal o informal, pero no son atendidas, es más, son
alentadas por los grupos que como en la segunda mitad de la década de los 90
del siglo pasado, armaron pobladores para enfrentar a otros y después
simplemente dejaron que los mataran.
Acteal
no fue un “accidente” en la historia nacional, fue el resultado de acciones
encaminadas a desatar la violencia, como muestra de que el Estado está por
encima de la población nacional, que la “unidad” de que se habla en los
discursos es sólo una palabra hueca, sin sentido.
Las manifestaciones
de descomposición social son cada vez más comunes y frecuentes, la violencia
social se manifiesta ahora en pequeños casos de disputas intrascendentes que
acaban en violencia; ello es resultado de la ineficacia, de la ineficiencia, de
la indolencia, de la indiferencia y hasta de la complicidad de los
administradores públicos.
Los mexicanos, formal o informalmente hemos gritado de
manera clara nuestra inconformidad con las acciones de gobierno (ejecutivo y
legislativo), les hemos dicho lo que queremos y cómo lo queremos, pero ellos,
hacen de cuenta que no existimos.
Ellos creen que diciendo que “hubo un error” y pidiendo
disculpas (sinceras) los agravios se olvidan, pero no, los agravios se suman a
los ancestrales olvidos y a la indolencia de trato.
Lo acontecido en Chamula no es casual, es sólo la manera en
que un pueblo ignorado por su autoridad inmediata reacciona ante la presencia y
el desparpajo de este en un evento de la comunidad.
La violencia con que reaccionó la población de esa localidad
mexicana, es sólo el estallido momentáneo de la violencia contenida durante los
últimos 500 años en que han sido explotados, ignorados, olvidados y muy
violentados pos sus autoridades.
Que a naiden (así) sorprenda esa violencia contenida, está
hoy presente en amplias franjas de la población nacional, esperando la chispa
que la prenda para hacerse justicia por propia mano y seguramente empezará por
las figuras más emblemáticas de la estupidez nacional, el ejecutivo y los
legislativos.
El pueblo de México no es tonto, no cree en sinceras disculpas
y sólo espera el momento para cobrarle a él y a todos sus agresores, las
ofensas de cien años de olvido; ahora la violencia será contra los agresores del pueblo.
Sigan haciendo juicios
simplones y el país les estallará en las manos.
SALUD
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