jueves, 30 de mayo de 2013

Esos mexicanos tan improductivos

Resulta que según la OCDE somos muy improductivos y por eso tenemos que trabajar mucho para “compensar” nuestra improductividad o visto al contrario trabajamos más que todos pero producimos menos que nadie.

La productividad en términos llanos es el rendimiento, la capacidad de producir o adquirir satisfactores personales (bienes y servicios) a partir del fruto de nuestro trabajo y verdaderamente, los mexicanos trabajan mucho (para obtener unos cuantos pesos) y NO satisfacen sus necesidades básicas.  Pero ¿cómo llegamos a ese punto?

Quizá la única ocurrencia de Fox con a que estuve de acuerdo era la Certificación de capacidades adquiridas, que por cierto NUNCA se instrumentó.

En México los jóvenes transitan por un mercado educativo formal que inicia en la primaria (bueno, ahora en el jardín de niños y concluye en un centro universitario) la mayoría de ellos se queda en algún punto intermedio (sólo 8 de cada 100 concluyen estudios universitarios) pues requieren iniciar su vida laboral (en lo que sea) para aportar al ingreso familiar o para formar su propia familia (la edad en que eso sucede en México es también de apenas 18 años de edad en promedio)

Pero el problema no radica en que se dejen los estudios para trabajar o en que se forme una familia, el problema real es que el mercado laboral al contar con una gran cantidad de mano de obra disponible, fija salarios y condiciones de trabajo irrisorios (o esclavizantes)

Hace unos día me encontré con un cartelón pegado en un poste que decía “se solisitan amas de casa que sepan aser de comer” (así) y claro yo agregaría “personas que saban escrevir” y me pregunté ¿las amas de casa mexicanas saben hacer de comer? Claro, han aprendido a hacerlo por la necesidad de hacerlo, por la práctica, como un chofer de pipa de gas o un tornero e incluso un hombre que repara computadoras.

Hay actividades que “aprendemos” por la necesidad de hacerlas (algunos de nosotros recurrimos a la actualización en lo que hacemos ya sea de manera autodidacta o formal) pero no existe en nuestro país quien certifique esas capacidades pues ello implica para los patrones, para los empresarios tener que reconocer la capacidad efectiva de un trabajador y (por lo tanto) tener que pagarle de acuerdo a sus capacidades.

Hacia 2004 estaba hospedado en uno de los hoteles insignia del todo incluido en la Riviera Maya y observé como un “garrotero” hacía “malabares” con una charola plana repleta de vasos, platos y cubiertos (obviamente por falta de capacitación para hacer su trabajo) pero apenas unas horas comprendí el problema en Playa del Carmen me encontré una camioneta “contratando” afanadoras a las que como “inducción al puesto” las vestían con una bata verde pistache y unos tenis blancos. 

La “explicación” del que “contrataba” (una empresa de outsourcing) fue “es que estas muchachas, en cuanto aprenden a hacer una cama (así) se van a Cancún, pues allá les pagan más” y pues sí, su “productividad” aumenta en Cancún (o cuando menos eso creen ellas) pues ganan más pero sus gastos también son mayores y su “productividad” nuevamente se decrementa (quizá más que proporcionalmente)

Así, sin que se reconozca las capacidades aprendidas, sin que se bonifique la respuesta laboral el “mercado de mano de obra” es más barato y la productividad es menor.

En el campo (actividades primarias), las cosas son mucho peores pues la “movilidad” de la mano de obra es mucho menor y las capacidades adquiridas de muy poco le sirven a los jóvenes que migran a las ciudades.

En los servicios (salvo los muy especializados) los empleados transitan de uno a otro empleo en condiciones muy poco “productivas” pues aprenden de ver o hacer (no de las capacidades técnicas requeridas) y el patrón siempre tiene a la mano otro “empleado" que cobrará menos por hacerlo aunque sea en condiciones de aprendizaje.

En la informalidad (la mitad del mercado nacional) las condiciones de “productividad” son mucho peores, pues los márgenes de utilidad y los horarios de trabajo también lo son, además entender la “productividad” de un ingeniero electricista o de un abogado civil que maneja un taxi o vende camisetas (de segunda) en un tianguis es un poco surrealista.

Las distorsiones de la actividad productiva en nuestro país son verdaderamente irreales, se requieren “expertos” de no más de 25 años de edad mientras que hay mujeres y hombres que dedicaron toda su vida productiva (20 años a hacer una cosa) que son expertos pero tienen 40 años de edad y tienen que dedicarse a vender casas o promover créditos personales, pues las “oportunidades” por su edad han sido canceladas.

En fin, ahora a 12 años de la “ocurrencia” de certificar capacidades adquiridas, seguimos esperando que los patrones “acepten” pagar a cada empleado por lo que sabe hacer para aumentar la “productividad” de los empleados y (claro está) reducir las utilidades de ellos.

Pero irónicamente, decidimos empezar por los maestros.

SALUD.


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